Josefina Barrón
Fuente: Diario El Comercio
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Pueblo de camaroneros era el Rímac mucho antes que los españoles llegaran a nuestro valle y fundaran, en medio del vergel, a la vera de un generoso río, la capital del Virreinato. El mar daba peces, los bosques conservaban su verdor, rica era la fauna, riquísima la flora, y un puente de sogas, hecho de la totora que brotaba naturalmente a orillas del Rímac, hacía cruzar a los viajeros de norte a sur y de sur a norte. Atahualpa cruzó ese puente, luego de madera y luego de piedra.
Un edificio, también de piedra, conocido como La Florida, sobrevive, fundacional, pues tiene más de tres mil seiscientos años. Este templo con planta en forma de “U” asombra por ser, junto con otras de la época y con la misma disposición, una de las estructuras monumentales más antiguas de América. La forma de “U” tiene un sentido simbólico-cosmológico, el de envolver y recibir, contener o abrazar, es el útero, alberga la vida, conminando a los muertos a renacer en un escenario propenso a la fertilidad.
Que se sepa que Lima es once veces mayor que cualquier otro espacio urbano reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Que se sepa también que más del 40% de ese fantástico Centro Histórico que se conoce como Lima está en el Rímac y reposa, en situación más que precaria, esperando la oportunidad para quien tenga ojos de ver.
Parece que el corazón y cuerpo político del país, Palacio de Gobierno, que yace a cien metros de distancia de los más grandes tesoros que guarda este otrora pueblo de camarones, está mucho más lejos, acaso en una realidad distinta, pues resiste la idea de cruzar un pequeño puente para llegar y rescatar lo más emblemático de la historia, cultura y tradición que no llamamos nuestra porque no la conocemos. El río ya no tiene camarones. Es hoy un abismo entre el esplendor de la cúpula de poder y un barrio riquísimo sumido en la pobreza.
Pero no todos los que hacen política cierran los ojos. Hay líderes que se comprometen, que no ignoran y sí asumen. En el 2011, el alcalde del Rímac Enrique Peramás convocó a personalidades a un almuerzo en Los Descalzos. Potajes criollos y ganas de recuperar ese barrio-pueblo-promesa los movía a todos. Allí nacieron los amigos del Rímac, hoy patronato, con un gran reto muy bien asumido. Mucho se ha hecho. Levantar información, sanear, educar, informar, difundir, rescatar de las manos del tiempo las joyas de nuestra historia.
La Quinta de Presa, palacio de recreo versallesco que ha esperado 90 años su turno, renacerá de los escombros en dos años gracias a la iniciativa de este patronato. Las alamedas que alguna vez pasearan virreyes y leyendas serán puestas en valor, así como la Plaza de Acho con sus casi doscientos cincuenta años, la Iglesia de San Lázaro con sus cuatrocientos cincuenta años de antigüedad, los balcones rimenses con sus ochenta y cinco metros lineales, Nuestra Señora del Rosario, la iglesita más pequeña del mundo de ocho metros de ancho por doce de profundidad, el Convento de los Descalzos con la más grande colección de pinturas en gran formato del Siglo XVI y XVII, y el mayor patrimonio en libros incunables. Hay mucho por hacer y un Patronato decidido a emprender el desafío que tutela celosamente el cerro San Cristóbal.
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